lunes, 17 de junio de 2019


Creo que hace calor ahí fuera, que lejos de la persiana bajada de mi cuarto, hace un día soleado. Hay muchos platos sin fregar de esos intentos en los que decido que tengo que alimentarme con algo que no sea cerveza, la cerveza se me ha terminado, solo me queda algo de aliño para el humo y el cenicero está lleno.  De soslayo me he mirado al espejo y no me he reconocido. No he mentido del todo al decir que estaba enferma, tengo cara de enferma y no tengo hambre, supongo que eso es estar enferma.
Sé exactamente lo que tengo que hacer pero no tengo fuerzas, sé que estaré bien en algún momento, todo ha estallado de una forma que no consigo manejar y me viene a la mente aquella vez en que me crucé Madrid para salvar a alguien que nunca me abrió la puerta, me pregunto si eso pasaría al revés. No he dejado que C venga a casa, yo soy la que saca a los demás de la cama, yo soy a la que llaman cuando están tristes, la que siempre está dispuesta a un silencio compartido y un abrazo. No sé por qué no puedo dejarme cuidar, nunca he podido, y cuando he pedido ayuda no me llega, no puedo culpar.
Me aterra el momento en el que sé que tengo que salir de casa por obligación, me aterra ponerme a llorar en mitad del curso, quizá no sería mala idea, rodeada de TS y psicólogos, me aterra salir de casa porque en algún momento tengo que volver y si no tengo sueño ni hambre, ¿Para qué se necesita una casa?
Esto es diferente a todo, la pérdida es demasiado grande, y yo, me siento muy pequeña.

lunes, 3 de junio de 2019

Hay comienzos del calor tan parecidos que dejan un deja vu en la tripa constante. 
Distintas ciudades a las que gritarles con la misma sensación de lo injusto.
Otras paredes apuntalando lo que Sandor Marai llamaba "el último encuentro".

Por aquel entonces, cuando ni siquiera sabíamos que compartíamos la calle, dormí un verano entero, pero ahora no puedo hacerlo y las mañanas son solo un nudo en el pecho y un estar sin estar en la oficina.  

Lo peor de decir adiós es despedirse de todos los planes; de un fin de semana exprés a Dublín, de ver Nueva York sin estar trabajando, de esa niña con rizos y piel blanca luchadora que nunca tendremos, de saber como hubiéramos sido capaces de meter todas sus cosas en mi casa, en llamarla nuestra casa; o quizás hubiéramos buscado un lugar solo nuestro, ya nunca sabremos eso. 

Ni siquiera está aquella jefa que me mandaba a casa por estar triste. Ni siquiera está Carmena  para darle sentido a esta ciudad. Ni siquiera siento que esté yo.

De nuevo me rondan las ganas de salir corriendo de Madrid, pero ese master, ese curso, todas las obligaciones que tengo ahora mismo apartadas en el rincón del ordenador, no me dejan, aunque solo quiera mandarlo todo a la mierda, desaparecer, dormir, y despertar entera de nuevo.

Ya aprendí hace mucho que el tiempo no cura, solo se aprende a vivir con la ausencia; intentando transformar el dolor en un recuerdo que traer de vez en cuando y sonreír, porque al fin y al cabo, eran preciosos nuestros besos. 

viernes, 12 de octubre de 2018

Mientras le escuchaba me temblaban las manos sujetando el teléfono, como si a la vez me estuviera agarrando el corazón. Tiene la voz más grave que antes, quizá sigue fumando demasiado, o simplemente había olvidado el timbre exacto que mecían sus cuerdas vocales. 
Todos los recuerdos encajonados en mi memoria brotaron de un salto y bendita ironía, pero a la vez comenzaba a llover. Siempre hace que llueva.

Sé que le cuesta, sé que está triste, que no se encuentra, y que a pesar de eso se come la distancia para salvarme un poco. Sabe que yo tampoco me encuentro. 
Y ninguno nos explicamos porqué, nunca hizo falta. Bastaba con un "ven", y acudíamos a lanzarnos un salvavidas.

Que bien me cuidaba, y que poco me he cuidado yo después.

Y me hace recordar todo lo que luché, y después de tanto tiempo, por fin, me doy cuenta de que gané, de que no es, ni era menos lo que merecía; que me lance al precipicio me dice, que me haga daño si hace falta, que me cuide pero sin miedo, y que si no vuelven a lamerme las heridas es porque otra lluvia me espera. 

Y a mi, siempre me gustó bailar bajo la tormenta.

lunes, 2 de julio de 2018

Cartas que nunca envié

Quiero que sepas
que, a veces siento que la vida me hace un corte
de mangas y se ríe de mi cada vez que pienso
en prestar mi ombligo a la caricia de otros dedos.

Que hace tiempo que no despierto con nadie,
volví al sexo fugaz sin amarres a un puerto seguro,
pero ya no me gusta  huir de camas de madrugada.

Que mi última apuesta me dejó en la ruina,
perdiendo ese pedazo que tanto tardé en recomponer,
paseando por una ciudad con mar,
creyéndome entera en ese lugar por un instante.

Que hace muy poco, alguien que me quiso mucho
antes que tú, me perdonó en un abrazo que aún siento
por mi piel y que, inmediatamente, tuve que perdonarte a ti.

Que todavía se me encienden las alarmas cuando
algo no está bien en ti, y que me encoge tu tristeza
exactamente igual que lo hizo, aquella ya tan lejana
noche salada.

Que siempre tendrás un lugar entre mis
brazos, un refugio de aguaceros y de la lluvia sin tu gente.
A pesar de que yo, no haya encontrado el mío.

miércoles, 13 de junio de 2018

De los inviernos tan fríos...

Hay algo que falla joder, no escucho risas a mi alrededor y una niebla descorazonada nos pide bailar cada noche.

Puede que el calor haya tardado mucho en llegar a la ciudad del ruido y que este invierno ha tenido más derrotas que ninguno de los anteriores.
No sé si esta mierda empezó aquella noche frente a la playa de la Concha, o en el despertar en la Paz, que manía la de este hombre de intentar morirse de vez en cuando...que cansancio acumulado desde este enero tan lleno de dudas y miedos, que vacío de abrazos...

¿Era esto madurar? El estómago encogido de M, la desazón laboral de D, nuestras madres que pierden la fuerza,  las huidas en forma de avión cada vez que tenemos ocasión...

Supongo que para esto sirve madrugar en este mundo, buscar la puñetera manera de cambiarlo... Aún no he encontrado el cómo, sigo en ello, y cuando lo haga, gritaré la manera para que todos la oigáis, por si también os sirve.

De este invierno helado me quedo con aquella enfermera de acento indescifrable que regañaba al viejo cuando se escapaba de la habitación sin abrigarse, con unas manos al piano que me dieron paz por un instante, con una noche en la que tuve 16 años otra vez, con un verano muy corto muy bien cuidada y unas risas acariciando el teclado, soñando un poquito, que eso aún no he olvidado como hacerlo.

Yo, que siempre fui más de bufanda y abrigo, de lluvia y edredón, necesito simplemente, calor.

domingo, 11 de marzo de 2018

Todo llegará

Aquella vez, hace tanto tiempo
que asusta mirar el calendario,
creí durante todo lo que duró esa
fe de adolescente, que volverías.
Hoy, con todos los descosidos,
los segundos puestos,
las manos que casi sí, pero no
y la piel con más recuerdos,
sé que ahora no lo harás
porque en realidad,
sólo nos faltaba despedirnos bien.
Y a pesar de haber hecho las paces
con esa niña a la que intentaste
enseñar a querer,
no puedo evitar, igual que lo hizo ella,
querer derrumbarme en el regazo de mi madre
y llorarte hasta dormir.
Y esperar,
a que llegue otra noche de San Juan
a la que le dure tanto el calor de la llama.
Porque como tú me escribiste tras
esa vetusta noche de hoguera,
todo llegará.

miércoles, 7 de febrero de 2018

A veces, a los treinta y....


Haces planes, y planes y planes, porque en los días vacíos,
te hundes y no eres capaz de nadar a ningún sitio que no sean
tus pensamientos, y no quieres estar ahí.

Calculas todo el tiempo que has dado a personas para las
que ya no eres una prioridad, como si aquel salvavidas que les
lanzaste, tuviera fecha de caducidad y no pudiera regresar a ti.

Recuerdas lo divertido que era estar perdida a los veintitantos
y en lo frustrante que es ahora, cuando parece que todo el mundo
colocó en buena posición su brújula y no hay agujas que te señalen.

Te encanta estar y saber que puedes estar sola, pero eso no te
ha consolado todo el miedo que has pasado y lo largas que
han sido las noches de enero.

Y piensas en todas esas decisiones que tomaste, en el avión que
despegó contigo y en el otro que lo hizo sin ti, y no sabes
si lo hiciste bien porque nada está como quieres que esté.

Tú al menos no, y no sabes dónde buscarte.